| la
crítica
COLORES DE
TIERRA Y PIEDRA
EL VALLE Y LA SELVA
(Marco Augusto Quiroa)
Para los
Permuth, padre e hijo, las cosas siempre han estado ahí,
esperando que ellos lleguen y casi por arte de magia las metan
en sus cajitas negras, de donde salen convertidas en
milagrosas transformaciones de la realidad.
Ahí han
estado siempre, pero ellos son de los pocos que pueden verlas
y saben apresarlas y echarlas en su morral. Ahí han estado
siempre, cerca y lejos de la mano, para poder tomarlas y
guardarlas en las rendijas de la memoria; las altas cumbres de
los Cuchumatanes entre la niebla del amanecer, con sus
magueyes pitudos y los tejados mojados por el agua del tiempo,
junto a las lagunas ciclópeas que copian nubes bajas y
pájaros peridios, y ovejas que hilan fino el ovillo del
sueño.
Y también
han estado ahí, en las goteras del recuerdo, los viejos muros
de Guatemala la Antigua, con costra sobre costra cubriendo sus
desnudeces de arcilla y calicanto, de capa sobre capa de
pintura que nunca llegará a Zacapa. Aquí la grieta del
terremoto madrugador, el navajazo silencioso sobre el repello
bronco, el rastro del relámpago culebreado sobre la piel
encalada de las paredes.
Igal y
Mario tienen el talento y la sensibilidad para aprehender a
vista de pájaro agorero, el perfil de las cosas y los seres:
La casa prendida en el delantal de la ladera, los puñales
vegetales de los izotes pinchando el aire gélido de la
mañana, los caminos que no llegan a ningún lado y vienen
arrastrando pasos de nuevos puntos cardinales. Y junto a la
ventana azul de vidrios empañados por miradas indiscretas, el
chorro bermellón de los geranios, resguardado por fierros de
metal dulce y sillares de piedra cincelada.
La meta es
la misma y la pasión semejante.
Igal, el
hijo, mira con los ojos del espíritu para captar esa energía
deshilada que se enreda en las ramas deshojadas y en los
charcos conquistados por espejos de sombra, y trepa por los
cerros en aliento de niebla hasta llegar a cielos de códigos
secretos, de claves luminosas, de misteriosos pórticos
abiertos hacia mundos de oníricas ausencias.
Mario, el
padre, bucea en mares de plana geometría, abre espacios
reservados a un reino de abstractas maravillas; amarillos
amurallados, azules recien bañados, rojos descubiertos en
ceremonias de barro colorado, verdes sin escapatoria; entre el
ojo y la pared, magentas prisioneros en recuerdos de
bugambilias salidas del corpiño del verano.
Esto y
mucho más son las fotografías de Igal y Mario Permuth. Muy
cerca del arte y mul lejos de la fía eficiencia de la
máquina. Su trabajo va mucho más allá del ¡clic! Y el
cuarto oscuro. Igal descubriendo nuevos mundos, universos de
sensibilidad en los "azules altos montes" de los
Cuchumatanes que cantara el poeta, y Mario siguiendo las
huellas de la Tatuana y el Sombrerón por los callejones
ensombrecidos, olorosos a ocote y rapadura, a reseda y
medianoche, de las viejas barriadas antigüeñas.
Su mensaje
nos llega coloreado por las luces del valle y la alta luz de
la tierra.
Abramos
bien los ojos. |