la
crítica
DEL CIELO Y DEL SUELO
S. Herrera U.
El
arte fotográfico puede ser un espejo de la realidad, pero
también puede abrirnos una ventana y facilitarnos una
revelación, imposible por medios directos y conscientes, de
la diferencia cualitativa que existe en la manera como nos
aparece el mundo, y la manera como realmente es con toda la
riqueza que esconde. Revelación que si no hubiera arte,
permanecería oculta.
Desvelamiento, descubrimiento, revelación, desocultación…
No podría encontrar otro modo de decir lo que me dicen las
obras fotográficas de Mario e Igal Permuth.
Uno de los papeles estelares del arte, si no su función
principal es –en el lenguaje de Heidegger- devolver del
olvido lo ocultado, es recuperar lo perdido.
La realidad se halla en torno de nosotros y en nosotros mismos,
pero muy pocas veces la percibimos claramente. Ignoro quién
suele tejer el velo que oculta ese significativo e
imperceptible mundo que yace, no revelado, en de la realidad
misma.
Es muy posible que la vida, con su constante exigencia a
actuar y a hacer, nos impulse con obtener una percepción
chata de las cosas. Vivir suele confundirse con obtener de los
objetos la impresión útil; las otras impresiones, son vagas,
confusas y "no sirven para nada". Los sentidos y la
conciencia, por lo regular, nos brindan una simplificación
práctica de la realidad, no vemos sino lo que necesitamos.
De ahí el desvelamiento que logran las obras de arte, pues
nos introducen en una vida paralela, una vida oculta, y se
llaman "obras" porque, a diferencia de las cosas
útiles, no sirven para buscar un rendimiento cualquiera, sino
que presentan la individualidad y grandeza de los cosas.
Esta serie de fotografías atrapa la lectura habitualmente
omitida en lo que nos rodea, arranca las entretelas que cubren
el oro ser de los lugares y situaciones, arropando la
fugacidad de tantas visiones que, quizá por falta de
suspicacia, quizá por empacho de imágenes poco sutiles, ya
no vemos.
La grandeza del llamado buen arte es hallar y captar de nuevo,
hacemos conocer esa realidad lejos de la cual vivimos, y de la
que nos apartamos más y más a medida que se engrosa e
impermeabiliza el conocimiento convencional con el cual la
sustituimos.
Por el arte incursionamos en una vida paralela, una vida
escondida que no puede ser observada y cuyas apariencias
muchas veces necesitan ser traducidas y descifradas. Para
Proust sería el retorno a las profundidades donde yace lo
desconocido, para nosotros ahora es la revelación de otro
mundo a través de una realidad fotografiada, esquiva, pero
irrenunciablemente real que los Permuth nos presentan.
Del
Cielo y del Suelo
ofrece un amplio repertorio de verdades (verdad, a lo griego,
como aletheia, como desvelamiento) que nos permiten el asomo a
lo olvidado. Sin importar el sitio, el árbol o la grieta, nos
sirve en bandeja una gama de posibilidades de asombro, pues es
el drama de las artes, la naturaleza –el mundo visible- es
un personaje que aparece bajo las mil máscaras. La naturaleza
es todo y es cualquier cosa, ya sea que se le interprete ose
le violente, que se la componga o se la reorganice que se tome
por materia o por tema. Cada artista tiene sus particulares
relaciones con lo que le rodea y desea hacernos sentir lo que
experimenta ante ella, un poco retratándose a sí mismo en el
intento.
Los
artistas, y en este caso, los del rápido "clic",
pero de la muy lenta y muy pensada toma, se preocupan mucho
menos por reproducir lo que ven que por producir en nosotros
la impresión que la realidad les causa, y ello exige una
combinación sutil de la verdad óptica y de la presencia real
de un sentimiento. Proceden por acentuación o por sacrificios;
profundizan o aligeran su trabajo construyendo imágenes que
transmitan aquello que incluso ellos mismos están
descubriendo sobre la marcha.
Lo que el fotógrafo vio no lo vemos ya nosotros exactamente
igual que él, pero el esfuerzo que hizo para apartar el velo,
nos obliga imitarle.
La
desocultación consiste, pues, en encontrar "la llave
maestra" para abrir el mundo, para descifrar la
naturaleza, y ahora, como por un vericueto mágico accedemos
hacia una "realidad más real" que procede Del
Cielo y del Suelo.
Los
fotógrafos Mario e Igal Permuth se impusieron la tarea de
revelar los misterios que guardan los viejos muros de la
Antigua Guatemala y los monolíticos edificios de adobe de
Taos, en Nuevo México, USA. Durante muchos años Mario se ha
dedicado a registrar los signos estampados en el repello que
el tiempo, la lluvia y el sol han borrado. Esta vez Mario
abandona el aspecto "documental" en su fotografía y
adopta una visión expresiva plena de color. En las paredes
dormidas aparecen personajes, monstruos y fantasmas. Mario
acepta el "accidente", en el sentido surrealista,
producido por las reacciones fotoquímicas y la coloración
con crayones, para obtener abstracciones que evocan el pasado
y el sueño. La imprecisión y la inestabilidad de las figuras
son como "disparadores" que incitan al espectador a
buscar significados. Esta vez Mario va más allá de sus
abstracciones bidimensionales, ahora se han vuelto en espacios
que invitan ala exploración del inconsciente.
A Igal también le gustan los muros, pero los prefiere sin
texturas; le gustan lisos y grandes para que sugieran espacios
sin bordes. Por eso se fue a Taos, al desierto; al hogar de la
pintora Georgia O`Keefe cuya obra nos induce a recordar a la
pintura metafísica y a la de Chirico. Igal es un "iluminador",
en el sentido de la iluminación de la coloración de las
imágenes de los manuscritos de la Edad Media. El artista
utilizó la fotografía infrarroja que reacciona al calor y no
al color. La tierra, los árboles, el adobe y la madera tienen,
cada uno, un grado diferente de calor y por consiguiente se
representan en la fotografía con diferentes grados de
claridad o de oscuridad. Todo lo que emana calor deja una
especie de bruma. Las escaleras para acceder a los distintos
pisos de las habitaciones de Taos se dejaron transparentes
para evocar la subida al cielo.
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